

33 años atrás, se desataba un dolor profundo, porque el horror andaba haciendo de las suyas hacía tiempo, amparado en esas oscuridades que el poder en cualquiera de sus formas, oculta.
33 años atrás, se desataba un dolor profundo que fue enraizando en lo más intrínseco del tejido social, que nos vino a golpear con una dosis de esa realidad que evitamos, pero sabemos que está. Donde el mastique de toda perturbación encuentra cobijo, donde se pueden mansillas sin juicios y sin prejuicios la dignidad y la vida de quienes son elegidos para caer en las redes de aquellos martirios.
33 años atrás, se desataba un dolor profundo, coronando una tristeza social por la fractura que tenía lugar y nos dejaba a cara descubierta una vez más como sociedad; por un lado quienes decidieron pedir #justicia y salieron a marchar, por otro lado quienes se acogieron al miedo y se mantuvieron en silencio y por otro lado quienes usando todas sus fuerzas y poderes se ocuparon indiscriminadamente de ocultar, de borrar huellas, de alterar escenas de crímenes, de amenazar a cuantos fuera necesario para acallar voces, de operar desde las sombras para encubrir, para hacer desaparecer testigos y testimonios, para amedrentar a todo un pueblo, buscando ir contra la fuerza de una rebelión que ya tenía empuje para llevarse puesto lo más que pudo; y aunque la justicia que recibió Sole fue escasa, fue insulsa, fue vergonzosa, la convulsión que nos dejó en el latir al irse de éste mundo a manos de indebidos, nos dejó una valiosa responsabilidad, la de construir y sostener la memoria activa para que Las Soles, que abundan aquí y en el mundo, puedan descansar en paz.
María Soledad no fue sólo el resultado de un horror ocasional que salió a la luz, fue un eslabón más de una cadena que sostiene lo insostenible en cada rincón sobre el que no nos animamos a mirar, no es historia del pasado, es representación del presente que no vemos, y será parte del futuro sino nos esforzamos en construir memoria y cambiar el sentir y el ser social hacia una forma de vida más humana, más compasiva, más fraterna y más amorosa.
María Soledad vivió el infierno en carne propia, pero su fuerza vive en quienes la recuerdan y a través de ella en quienes la mantienen viva, y la traen de regreso cada septiembre, cada vez que se pide justicia y se grita desde lo más hondo del pecho, aunque sea en silencio, como en cada marcha que por ella hicieron, donde miles de pasos la sostuvieron, la regaron por el suelo de su tierra bendiciendo su nombre justo a los pies de una santa virgen en la que creía el pueblo.
33 años pasaron desde que María Soledad se volvió un recuerdo doloroso tatuado a fuego, largos años de repasar una y otra vez lo que le hicieron, años oscuros de una memoria que aún hoy escatima nombrar a quienes nuestras calles caminan, habiéndose salvado de las condenas que merecían. Los directos y los indirectos, los que del poder nunca se fueron, los que se mancharon las manos para salvar a los hijos de los amos, los que sofocaron incendios internos para evitar que los de afuera oyeran.
María Soledad se constituyó con su propio peso, su fuerza vital trascendió al punto de ser mucho más que silencios, se volvió acciones, se volvió raíz, se volvió centro, se volvió naturaleza de luchas e impulso de esfuerzos, se volvió esperanzas de justicia, se volvió coraje de un pueblo, se volvió sentir colectivo y ruego mudo del sentir ajeno, se volvió luz sobre las sombras donde se oculta el espanto y se volvió salvación de quienes volvieron del tormento. Eso es María Soledad, por ella y por todas, sostenemos la Memoria Viva, la Memoria Activa. 33 años gritando su nombre, inmortalizando su alma, defendiendo su historia y escribiendo, Siempre Presente.