Tras el escándalo por el negocio cerrado en torno a las transmisiones del fútbol catamarqueño, la comisión del Círculo de Periodistas Deportivos difundió un comunicado interno que, lejos de aclarar la situación, expone una preocupante complicidad y una alarmante falta de autocrítica en defensa de intereses particulares.

El comunicado del Círculo de Periodistas Deportivos de Catamarca —titulado con arrogancia “Al que le quede el poncho, que se lo ponga”— confirma lo que muchos sospechaban: lejos de defender la libertad de prensa y la igualdad de condiciones para todos los medios, la conducción del Círculo eligió ponerse del lado del poder y del negocio cerrado entre un puñado de dirigentes y una empresa “amiga”.

El texto, firmado desde la comisión, intenta justificar el monopolio de las transmisiones del fútbol local, un tema que generó un fuerte rechazo entre medios independientes, periodistas del interior y público en general. Pero lo hace con un tono provocador, cargado de soberbia y desdén, más parecido a una defensa corporativa que a una postura institucional de un organismo que, en teoría, debería velar por la ética y la pluralidad en la cobertura deportiva.

Un empresario ofreció un negocio a los clubes, y los clubes aceptaron. Así de simple”, dice sin pudor el comunicado, como si la naturalización del negocio privado sobre un bien público —la difusión del deporte local— fuera una explicación suficiente. Esa frase, que pretende cerrar el debate, en realidad lo abre aún más: ¿desde cuándo el acceso a la información deportiva depende del mejor postor?

Más grave aún, el Círculo intenta desligar de toda responsabilidad a su propio miembro involucrado en el negocio. En un intento por blindar a Roberto Chacón, presidente del Círculo, y a Silvia Jiménez, presidenta de la Liga Catamarqueña de Fútbol, el comunicado afirma que “ninguno de los dos usó su cargo para beneficio personal”. Sin embargo, el conflicto de intereses es evidente: el titular del organismo que representa a los periodistas deportivos es parte directa del esquema comercial que excluye a otros colegas y medios.

¿Porque no se incluyó a los medios y periodistas deportivos en este esquema de negocio? ¿Habrá sido una cuestión poco económica?

El comunicado también desliza críticas a los medios que “se sienten dañados”, sugiriendo que su enojo nace de la “comodidad” o “falta de innovación”. Pero lo que está en juego no es la creatividad, sino la libertad de cobertura y el acceso igualitario a los contenidos deportivos, pilares básicos de cualquier ejercicio periodístico serio.

Lo más preocupante es la falta total de autocrítica y el tono revanchista del mensaje. En lugar de fomentar el diálogo y la transparencia, el Círculo se posiciona como un actor beligerante, casi burlón, que pretende minimizar la gravedad del asunto con frases como “si pica, es sarna”. Una expresión poco feliz para una institución que debería promover el respeto, el debate sano y la ética profesional.

En un contexto donde el periodismo catamarqueño enfrenta serias dificultades económicas y estructurales, el comunicado del Círculo parece un golpe bajo a los trabajadores de prensa que, sin respaldo ni recursos, sostienen la cobertura del deporte local con esfuerzo y compromiso.

El “negocio de las transmisiones” —que algunos quieren reducir a una simple transacción entre clubes y una empresa— expone, en realidad, una vieja práctica: el uso de los espacios deportivos como botines personales y fuentes de ingresos opacos, donde la transparencia brilla por su ausencia y los clubes terminan siendo el justificativo perfecto para beneficiar a unos pocos.

Si algo deja claro este episodio es que el Círculo de Periodistas Deportivos de Catamarca ya no representa los valores que dice defender. Y que, lejos de proteger el trabajo de los periodistas, parece dispuesto a ponerle precio al derecho a informar.

Para un grupo de periodistas deportivos esta respuesta por parte de la comisión del Circulo de Periodista Deportivos de Catamarca, es un fiel ejemplo de que nunca han construido nada propio, pero defender lo indefendible desde un cargo público es típico de política barata.

Porque si algo quedó al descubierto tras este escándalo, es que el “poncho” del que hablan les queda demasiado ajustado.

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