La senadora nacional por Catamarca y ex gobernadora, Lucía Corpacci, parece haber fijado su brújula política con dirección exclusiva hacia Buenos Aires, dejando atrás —al menos en lo discursivo— las urgencias que atraviesan a la provincia que alguna vez condujo.
Con una presencia activa en los debates de la política nacional, ya sea a través de intervenciones en el Senado o en su cercanía con el círculo más estrecho del kirchnerismo, llama la atención su silencio sostenido frente a las problemáticas que hoy golpean duramente a los catamarqueños, en especial a sectores esenciales como la salud, la educación y la seguridad.
En Catamarca, los médicos reclaman por salarios dignos, los docentes denuncian la precarización del sistema educativo, y las fuerzas de seguridad —incluyendo a la Policía— han tenido que autoconvocarse para ser escuchados. Mientras tanto, Corpacci no ha emitido una sola declaración pública en respaldo o al menos en referencia a estas luchas que, más allá de lo sindical, exponen una crisis de fondo en el tejido provincial.
Resulta difícil no ver en esta actitud un desinterés evidente, o al menos una priorización de la política nacional por sobre las necesidades reales de su provincia, que hoy necesita voces fuertes y comprometidas en todos los niveles del Estado. Es legítimo que una senadora se involucre en cuestiones nacionales —ese es su rol institucional—, pero es igualmente necesario que no desconozca su responsabilidad política y social con Catamarca.
Lucía Corpacci no es una figura más. Como ex mandataria provincial y referente indiscutida del peronismo local, su palabra pesa. Y que no se pronuncie ni siquiera para llamar al diálogo o manifestar preocupación por el deterioro de los servicios públicos esenciales, es una ausencia que se siente y que se nota.
Los catamarqueños no sólo necesitan legisladores que levanten la mano en el Congreso, sino representantes que también levanten la voz por su gente.